jueves, 4 de abril de 2013

OTRO NOMBRE PARA EL CIELO


OTRO NOMBRE PARA EL CIELO ( CUENTO)

Arturo siempre creyó que las palabras estaban equivocadas, que se quedaban cortas, así que decidió darles un sentido propio, más profundo de lo que vanamente transmitían como una canción aletargada y hueca.
Su descabellada idea lo alejaba constantemente de cualquier contacto típico con su entorno, nadie le entendía cuando hablaba de arco iris alados o colibríes, de gritos de espuma o cepillarse los dientes, de agonía solitaria cuando se masturbaba, mucho menos cuando se refería a los ojos de su padre ciego como algodones de azúcar.
Una mañana al salir de casa camino a la biblioteca - cabe también mencionar que siempre detestó la mole informática o Internet - se detuvo a medio camino porque escuchó una música lejana que lo fue halando con un hilo invisible de notas cabizbajas como él mismo las llamaba, siguió por el camino que le señalaba su oído - llamaba a los caminos: correpiés - y se acercó a la voz o telaraña de notas celestiales y fue cuando lo vio por primera vez, un joven de tal vez diez y nueve años, sentado en una banca del parque tarareando una encrucijada de sonetos que mencionaba una y otra vez la palabra volver. Arturo se acercó y le preguntó
-¿ Volver a dónde ?
- A ningún lado, donde siempre estamos respondió Mauricio.
Desde ese momento se olvidó por un segundo de su compulsión y lo miró fijamente, el joven extrañado dirigió la mirada a otro lado y siguió tarareando.
Arturo siguió su correpiés caminando de espaldas, sin quitar la mirada de aquel muchacho solitario.
Los tiempos mordaces siguientes - así llamaba al día - regresó a la misma hora al mismo sitio sin encontrar rastro de aquel violinista de ojos amarillos, pues ese era el color de su voz, amarillo como los narcisos de algún cuento.
Al quinto tiempo mordaz, volvió a encontrarlo tarareando una melodía sin letra mientras leía un recuerdo hecho letra, es decir, un libro.
Mauricio y Arturo comenzaron una conversación ininteligible al punto que los transeúntes o correvoces fruncían el ceño en desaprobación.
Cuando andas de correvoces, te detienes con los arcoiris alados o buscas un correpies que te aleje de ellos?
- Imagino que hablas de pájaros, o de mariposas, en cualquier caso me detengo a mirar como transcurre otra vuelta de la esfera palpitante.
- Has pensado alguna vez en cuántas letrasluces - palabras - he tenido que reinventar desde que te conozco?
- Supongo que los mismos lunasiestas que he pasado sin dormir pensando en vos.
Desde ese día, se llamaron sonámbulos errantes,los tildaban de orates sin sentido ni gloria, pero juraron frente a los narcisos que no habría en esta esfera palpitante, un correpiés lejos del otro y que serían testigos de cada puesta de siestalunas,
que las notas no serían cabizbajas y que estarían juntos aunque sus ojos se convirtieran en algodones de azúcar.

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